Llevábamos ya buen rato bebiendo vino sin misericordia sentados en una de las bancas de piedra del lúgubre parque. Hacía bastante tiempo que no nos veíamos. Reíamos y sosteníamos las típicas pláticas de borrachos, hasta que afloró el tema de Gabriel, nuestro amigo muerto. La expresión de los tres cambió y el silencio se apoderó del ambiente por largos segundos hasta que brindé a su salud y propuse la idea de ir a visitarle a lo que Julián y Miguel, a pesar de que era ya muy entrada la noche, accedieron.
Nuestros negros abrigos lograban a penas hacernos capear el riguroso frío que hacía a esas horas de la madrugada. Al pasar frente la catedral una bandada de murciélagos emprendió el vuelo desde el interior de una de sus altas torres, el batir de sus alas nos hizo abandonar los pensamientos que albergábamos. Caminábamos en silencio, nuestras largas sombras se proyectaron en uno de los muros del antiguo cementerio. Abrimos la pesada reja de hierro, cuyo rechinar quebró el silencio de la invernal noche y penetramos en el campo de almas. A poco rato de caminar entre ángeles de vetusto mármol, imágenes sacras y mausoleos, llegamos ante la tumba de nuestro amigo, luego dejamos un par de velas sobre la lápida y la contemplamos guardando fúnebre. silencio
Las primeras gotas de una lluvia anunciada comenzaron a caer tenuemente y decidimos abandonar el camposanto, la espesa niebla cubría como un manto las calles del viejo barrio. Del interior de mi abrigo extraje una botella de vino y bebí torpemente, un hilo carmín me corrió por la barbilla, le cedí la botella a los muchachos y encendí un cigarrillo. Transitábamos sobre la línea férrea, llegando al penumbroso y extensísimo túnel que conducía hacia la estación de trenes abandonada. Julián, Miguel y yo nos miramos sin decir palabra. Dentro del túnel fue donde Gabriel encontró la muerte bajo las ruedas de un tren de carga años atrás, pero envueltos en los vapores del alcohol y sin pensar en las consecuencias nos adentramos en la profunda oscuridad de su interior.
Íbamos casi a mitad de camino, todo era lobreguez absoluta. Durante la totalidad del trayecto al interior del túnel no paramos de escuchar horribles y fantasmales lamentaciones. De pronto capté una muy leve vibración de los rieles. – ¡Maldición, creo que el tren se acerca! – anuncié y el temor nos paralizó por un momento. Caminamos más rápidamente, casi corriendo buscando alcanzar la salida, pero el sonido del pesado andar de la maquina de fierro se oía ahora cada vez mas cerca y con espanto escuchamos su ensordecedor pitido retumbar fuertemente en las paredes del viejo túnel. El pánico se apoderó de Julián y Miguel que corrieron despavoridos en sentido contrario, yo corrí buscando alcanzar la salida, pero me detuve al observar con verdadero horror que el tren estaba demasiado cerca alumbrando con su poderoso foco y segando mis ojos acostumbrados ya a la oscuridad del interior.
- ¡Muchachos busquen los salvavidas!- alcancé a gritar angustiosamente. Los salvavidas eran espacios que se situaban cada tanto a ambos lados del estrecho túnel y en ellos no cabía más que una sola persona. En forma desesperada deslicé mis manos por las húmedas paredes de piedra sin encontrar el maldito espacio, hasta que el tren pasó…
Cuando desperté me hallaba tendido aún dentro del túnel. Un líquido viscoso manchaba las vías, era sangre, pero no la mía. Trabajosamente me puse de pie, y caminé hacia la salida. Emití un suspiro de alivio al ver las siluetas de Julián y Miguel que se encontraban fuera del túnel, sanos y salvos. Me acerqué a ellos, pero guardaban una extraña expresión en el semblante, les acompañaba otra persona. Mis ojos no dieron crédito a lo que observaban. Estaban con Gabriel. - ¡Gabriel estas vivo! exclamé.
-No amigos,- dijo Gabriel – Ustedes están muertos.
FIN